viernes, 27 de agosto de 2010

Piso nueve, ventana al sur

El hombre miraba siempre hacia el mismo lugar, hacia la ventana del piso nueve del otro edificio. Ventana al norte. Aún no sabía quién vivía allí, a pesar de que hacía más de diez años que ocupaba el mismo apartamento.
Cada tanto, se obsesionaba. Su mente lo llevaba a ese alféizar a cada rato. Cualquier movimiento leve de la cortina, horrible, floreada, le provocaba cascadas de especulaciones. Ninguna le satisfacía, él quería saber.
Una mañana, desayunaba en su escritorio, mirando hacia fuera sin demasiado interés. Estaba más preocupado por escribir, algo, cualquier cosa. El editor del periódico le reclamaba una columna hacía una semana. Y estaba en blanco.
No era para menos, no había salido de su casa en una semana. No sabía en qué estado podía estar el mundo a esa altura.
Divagaba, a veces nervioso por su posible despido, a veces casi dormido, dejando llevar la vista hacia el cielo gris.
No supo por qué, si era la postura en que estaba sentado hacía más de una hora, si era alguna fuerza desconocida, pero algo lo hizo paralizarse completamente en un segundo. No podía ni siquiera torcer el cuello. Entró en pánico y creyó que moría, que se moría sin ninguna razón.
Todavía miraba al cielo.
Por el rabillo del ojo vio movimiento en el piso nueve, en la ventana al norte. Movimiento al que no estaba acostumbrado: alguien abría la ventana. Sintió un chillido metálico insoportable, como si el metal estuviera oxidado, pero mucho más fuerte.
Al miedo que sentía se sumó la frustración de morir en el momento en que podía saber quién vivía allí.
Pero no moría. Segundos después, seguía paralizado pero vivo. Era un hombre razonable. Trató de interpretar su parálisis como una consecuencia de alguna contractura. Le resultaba menos fantasioso que pensar en fuerzas extrañas.
Alguien lloraba en la ventana del piso nueve.
Apenas percibía a la figura. Podía ser cualquier cosa. El llanto sonaba lejano y quedo, no le permitía identificar nada que no fuera un ser humano, sin sexo, sin edad.
La figura se movía, aparecía, desaparecía, como nerviosa, caminando por la habitación…
Segundos después, la parálisis no cedía, pero el hombre estaba pendiente de la ventana al norte.
La figura caminaba en círculos, o al menos eso parecía.
De repente, algo cambió. La persona que lloraba en la ventana hizo un movimiento extraño. El hombre no podía adivinar cual era.
Y después no estuvo más. Momentos después, la parálisis cedió. Se relajó su cuerpo de manera brusca y cayó de la silla. El ruido que hizo al caer tapó el sonido de otra caída, mucho más abajo, y el hombre no se enteró. Nunca entendió porqué la ventana permaneció cerrada del todo por mucho, mucho tiempo.

5 comentarios:

El poeta invisible dijo...

Me gustó, es una historia un tanto inquietante.

andal13 dijo...

Es impresionante cómo una ventana cerrada puede abrir tantas ventanas mentales en el lector.

Me dejaste rumiando.

Jesús Garrido dijo...

y colorín colorado me da la impresión

persona dijo...

"una historia extraordinaria" diría Mariano Llinás.
me gustó, sobre todo su humor. creo que es esencialemnt paródica.
y es inquietante el hecho de que con materia muy parecida (ventanas, cielo, cuello, escritura) yo acabe de publicar algo esencialmente distinto en mi blog
saludos

Lara dijo...

Voy a leer eso que escribiste! es genial que pasen esas cosas